Soberanía de Esfera - Primera Parte
Discurso público pronunciado en la inauguración de la Universidad Libre, el 20 de octubre de 1880 por el Dr. Abraham Kuyper
Una traducción al español de “Sphere Sovereignty” de George Kamps. Se publica en las siguientes partes: Primera, Segunda, Tercera.
Los hombres sobre los que descansa la administración de esta Institución me asignaron el honor de inaugurar su escuela de enseñanza superior presentándola a las autoridades y al pueblo. Al hacerlo, les pido que me concedan una medida de escucha benévola y un juicio caritativo. Una petición cuya seriedad será evidente si consideran que no voy a dar un discurso inaugural ni un discurso rectoral, sino que, alejado del tranquilo escondite de la investigación científica, la naturaleza de mi tarea me lleva a ese terreno traicionero de la vida pública, donde las ortigas y las espinas de todos los setos queman y hieren a cada paso. En efecto, no podemos ocultar, ni ninguno de nosotros disimularía, que no fuimos impulsados a esta tarea, como Maecenases, por amor a las ciencias abstractas; el impulso a este arriesgado, si no presuntuoso empeño, fue el profundo sentido del deber, que nos imprimió que lo que hacíamos debía hacerse, por amor a Cristo, por el Nombre del Señor, por una alta y santa importancia para nuestro pueblo y nuestra tierra. Así pues, nuestra acción no fue en absoluto ingeniosa; estamos plenamente convencidos de que el interés que, en medio de rumores favorables y adversos, anticipó la fundación de esta Institución y que ahora asiste a su apertura, no está en ningún sentido relacionado con nuestras personas, sino que procedía exclusivamente de la impresión del público de que los Países Bajos estaban asistiendo a un acontecimiento que bien podría dejar sus huellas en el futuro de la nación. Porque, si un criterio más elevado hubiera podido inducirnos a aceptar las condiciones existentes, ¿por qué habríamos emprendido esta tarea? Más levemente dicho, nuestro empeño implica una protesta contra el entorno actual y una sugerencia de que hay algo mejor, e incluso esa consideración provoca cierta vergüenza y desconfianza, aunque sólo sea por la apariencia de presunción que le sigue como una sombra. Esto podría ofender; esto podría herir; por lo tanto, me apresuro a asegurarles que (ya sea que miremos el poder de la erudición, la influencia y el oro que se nos oponen, o que consideremos humildemente nuestra propia importancia y pequeñez), no se expresa ningún altanero engreimiento sino una tranquila humildad en la seguridad de nuestras palabras. Hubiéramos preferido quedarnos en un segundo plano; hubiera sido mucho más cómodo ver a otros tomar la iniciativa. Sin embargo, como esto no podía ser, ya que debíamos actuar, pasamos a la vanguardia, en verdad no indiferentes al favor de la aversión de los hombres, sino ordenando nuestra línea de conducta exclusivamente de acuerdo con las exigencias del criterio del honor de Dios.
Ahora están esperando que les diga qué es lo que esta escuela que estamos presentando espera lograr en la vida de los Países Bajos; por qué blande el gorro de la libertad en la punta de su lanza; y por qué mira tan intensamente el libro de la religión reformada. Permítanme que vincule la respuesta a estas tres preguntas engendradas por el concepto de "Soberanía Esférica" señalando esta Soberanía Esférica como el sello distintivo de nuestra institución
es su importancia nacional,
en su propósito científico y
en su carácter reformado.
I.
La primera parte de mi discurso será, pues, presentar nuestra Institución en su importancia nacional. -- La vida de nuestra nación, también, está comprometida en la lucha a través de una crisis en este impresionante siglo, una crisis que se experimenta en común con todas las naciones involucradas, una crisis que impregna toda la humanidad reflexiva. Cada crisis afecta a una vida, y durante el proceso de enfermedad promete una renovación de la juventud o amenaza con la destrucción por la muerte. Ahora pregunto, ¿cuál es la vida afectada en este caso? ¿Qué está en juego en esta crisis, también para nuestra nación? Y quién repetiría la respuesta de antaño, como si la lucha tuviera que ver con el progreso o la preservación; con la unilateralidad o la versatilidad; con el ideal o la realidad; o con los ricos o los pobres. La insuficiencia, la desproporción, la superficialidad de cada uno de estos diagnósticos es demasiado evidente para hacerlo. "Clerical" y "liberal" se convirtieron entonces en la consigna, como si se tratara de un mal uso o de una purificación de la influencia espiritual. Finalmente, esta pantalla también fue derribada despectivamente, y desde el centro hacia un círculo en constante ampliación penetró la realización --una comprensión que originalmente sólo fue entendida por los principales profetas de nuestro siglo-- que en la presente crisis mundial no nos preocupan los matices, los intereses o la justicia, sino una persona viva, Aquel que una vez juró que era un Rey, y que por esa soberana pretensión de Rey dio su vida en la cruz del Gólgota.
"¡El Nazareno, nuestro santo inspirador; ideal inspirador; genio ideal de la piedad!" ha sido durante mucho tiempo el grito cándido; pero la historia ha desafiado esa alabanza por ser una contradicción por ser una contradicción del propio reclamo del Nazareno. Nada menos que el Mesías, Ungido, por tanto, Soberano de todos los reyes, y "poseedor de todo el poder en el cielo y en la tierra", fue el pronunciamiento de su tranquila y clara conciencia de hombre-Dios. No un héroe de la fe, no un mártir, sino Rey de los Judíos, es decir, Portador de la Soberanía; esto estaba inscrito en su cruz, como una presunción criminal, que exigía su muerte. Y a causa de de esa Soberanía, por la existencia o inexistencia de ese poder del nacido de María, los espíritus que piensan, los poderes que gobiernan y las naciones que participan son tan turbulentos ahora como lo fueron en los tres primeros siglos. Ese Rey de los Judíos, la verdad salvadora a la que todos los pueblos responden con AMEN, o....la mentira principal, a la que todos los pueblos deben oponerse, ese es el problema de la Soberanía que, tal como se presentó una vez en la sangre del Nazareno, ha vuelto a desgarrar el mundo de nuestra existencia espiritual, humana, nacional.
¿Qué es la soberanía? ¿No está de acuerdo conmigo cuando lo describo como: la autoridad que tiene el derecho y el deber de ejercer el poder para romper toda resistencia a su voluntad y vengar dicha resistencia? ¿Y no llega a expresarse en ti ese sentido nacional inerradicable de que la Soberanía original y absoluta no puede descansar en ninguna criatura, sino que debe coincidir con la Majestuosidad de Dios? Si crees en Él. Como Planificador y Creador, como Establecedor y Determinador de todas las cosas, tu alma debe también proclamar al Dios Trino como único y absoluto Soberano. Siempre y cuando, y esto lo subrayo, se reconozca también que este Soberano exaltado delegó y delega su autoridad en los seres humanos; de modo que en la tierra uno en realidad se encuentra a Dios mismo en las cosas visibles, sino que la autoridad soberana se ejerce siempre a través de un cargo ocupado por hombres.
Y en esa asignación de la Soberanía de Dios a un cargo ocupado por el hombre surge la importantísima pregunta: ¿cómo funciona esa delegación de autoridad? ¿Se delega esa Soberanía de Dios, que lo abarca todo, en un solo hombre; o un Soberano terrenal posee el poder de obligar a la obediencia sólo en un círculo limitado; un círculo delimitado por otros círculos en los que otro es Soberano?
Las respuestas a esta pregunta varían según se esté dentro o fuera de la esfera de la Revelación.
Pues desde antaño la respuesta a esa pregunta por parte de aquellos en cuyo mundo de pensamiento no cabía una revelación especial ha sido siempre: "en la medida de lo posible indivisible, pero penetrando en todos los círculos".
"En la medida de lo posible", porque la Soberanía de Dios sobre lo que está arriba está fuera del alcance del hombre; su Soberanía sobre la naturaleza está fuera del poder del hombre; su Soberanía sobre el destino está fuera de la disposición del hombre. Pero por lo demás, sí, sin la "Soberanía de la Esfera", el dominio ilimitado del Estado; disponiendo de las personas, de su vida, de sus derechos, de su conciencia, e incluso de su fe. Eran entonces muchos dioses, y por eso, por la vis unita fortior, el único Estado ilimitado era más imponente, más majestuoso que el poder dividido de los dioses. Y por ello el Estado, encarnado en el César, se convirtió en Dios. El dios-Estado que no podía tolerar ningún otro dios aparte de él. Así llegó la pasión por el dominio del mundo. Divus Augustus! con el Cesarismo como servicio de adoración. Una idea profundamente pecaminosa, que no fue analizada hasta dieciocho siglos después, también para las mentes pensantes, el sistema de Hegel del Estado como "den gegenwartigen Gott" […]La soberanía debe ser delegada de forma indivisa e ininterrumpida". Esta es la declaración de Jehová a Israel por medio de los intérpretes de la profecía mesiánica. Y ese hombre-Mesías hizo su aparición, con poder en el cielo; con poder sobre la naturaleza; con la pretensión de poder sobre todos los pueblos; con poder, en todos los pueblos, también sobre la conciencia, también sobre la fe; hasta los lazos entre la madre y el hijo debían ceder cuando Él exigía obediencia. Aquí está, pues, la Soberanía absoluta, que domina todas cosas visibles e invisibles; todo lo que es espiritual y material; todo puesto en las manos de un solo hombre. No uno de los reinos, sino el Reino absoluto. "Para ser Rey, para eso he nacido y para eso he venido al mundo". "Todo poder en el cielo y en la tierra es mío". "Un día todos los enemigos serán sometidos a Mí, y todas las rodillas se doblarán ante Mí". Esa es la Soberanía del Mesías, que el profeta predijo una vez; que el Nazareno reclamó; que Él demostró inicialmente en la realización de milagros; que es descrita por Sus apóstoles, y que la iglesia de Cristo confiesa en la autoridad de los apóstoles, indivisa pero delegada; o más bien, asumida para ser devuelta eventualmente. Pues cuando se produzca esa perfecta armonía, la Soberanía se transmitirá del Mesías al propio Dios, que será entonces "todo en todos".
¡Pero he aquí ahora la gloriosa idea de la Libertad! Esa Soberanía perfecta y absoluta del Mesías sin pecado contiene al mismo tiempo la negación directa y el desafío de toda Soberanía absoluta en la tierra en el hombre pecador; debido a la división de la vida en esferas, cada una con su propia Soberanía.
Nuestra vida humana, con su primer plano material, que es visible, y su fondo espiritual, que es invisible, obviamente no es simple ni uniforme, sino que forma un organismo infinitamente estructurado. Está tan estructurado que el individuo sólo existe en grupos, y el todo sólo puede revelarse en esos grupos. Se puede hablar de las partes de este único gran instrumento como de ruedas, movidas por resortes sobre sus propios ejes, o llamarlas esferas, cada una llena de su propio espíritu vital excitante - - el nombre o la figura no es importante -- siempre que se reconozca que, tan inumerables como las constelaciones del firmamento, existen valores en esta vida, cuya circunferencia se traza con un radio firme desde el centro de un principio específico; el apostólico "cada uno en su orden", (I Cor. 15). Así como se habla de un "mundo moral", de un "mundo científico", de un "mundo del comercio" y de un "mundo del arte", se podría hablar con mayor justificación de "un círculo" de lo moral, "un círculo" de lo doméstico, "un círculo" de la vida social, cada uno con su propio dominio, y porque cada uno constituye su propio dominio con su propio Soberano dentro de los límites de ese dominio.
Así, hay un dominio de la naturaleza, en el que el Soberano ejerce su poder sobre la materia según leyes fijas. Pero hay también un dominio de la vida personal, de la doméstica, de la científica, de la social y de la eclesiástica; cada una de las cuales obedece a su propia ley de vida, y cada una está sujeta a su propia cabeza. Hay un dominio del pensamiento en el que ninguna ley puede prevalecer, excepto la ley de la lógica. Un dominio de la conciencia en el que nadie puede ejercer un gobierno soberano, excepto el Santo. Y finalmente, un dominio de la fe dentro de cuyos límites sólo el individuo es Soberano, y a través de esa fe se consagra con todo su ser.
Ahora bien, en todas estas esferas o círculos, las ruedas dentadas se engranan unas con otras, y es precisamente por la interacción mutua de estas esferas que surge esa rica vida humana multiforme. Pero en esa vida existe también el peligro de que una esfera pueda invadir la esfera vecina, provocando así que una rueda se sacuda y se rompa rueda a rueda, e interfiriendo en el progreso del conjunto. De ahí la razón de la existencia de una esfera especial de autoridad en la Autoridad del Estado, que debe proporcionar a estas diversas esferas, en la medida en que emergen en el reino visible, una interacción feliz, y mantenerlas dentro de la justicia; y que también, puesto que la vida personal puede ser deprimida por el grupo en cuyo se vive, debe proteger al individuo de la dominación de su esfera. Un Soberano que, como dicen las Escrituras tan tersamente, "establece el trono por la justicia", mientras que sin la justicia caerá y se destruirá. Así, esta Soberanía del Estado, como poder que protege al individuo y determina las relaciones justas mutuas de las esferas visibles de la vida porque tiene el derecho de mandar y obligar, se eleva muy por encima de todas ellas. Pero no se obtiene dentro de ninguna de estas esferas. Allí rige otra autoridad, una autoridad que, sin ningún esfuerzo propio, desciende de Dios, y que no confiere sino que reconoce. E incluso al definir la justicia en conexión con las relaciones mutuas de estas esferas, este Soberano del Estado no puede usar su propia voluntad o elección como criterio, sino que está obligado por la elección de una Voluntad Superior, expresada por la naturaleza y la raison d'etre [razón de ser] de estas esferas. Debe hacer que las ruedas giren como están destinadas a girar. No oprimir la vida ni atar la libertad, sino hacer posible un libre ejercicio de la vida para y en cada una de estas esferas, ¿no es éste un ideal atractivo para todo noble Soberano de Estado?
Así, estos dos credos se oponen claramente entre sí.
Aquel cuya vida procede de la esfera de la Revelación (y que vive consecuentemente en esa esfera) confiesa, como algo natural, que toda la Soberanía descansa en Dios, y por lo tanto sólo puede proceder de Él; que esta Soberanía de Dios ha sido conferida al hombre-Mesías en el sentido absoluto e indiviso; y que por lo tanto la libertad del hombre está segura en las manos de este Hijo del Hombre, ungido para ser Soberano, porque, junto con el Estado, toda otra esfera de la vida conoce esa supremacía derivada de Él, es decir, posee la soberanía de la esfera.
Por otra parte, los que no perciben la realidad de tal esfera especial de revelación y, por tanto, la niegan, insisten en que debe haber una separación absoluta entre el problema de la Soberanía y el problema de la fe; en consecuencia, afirman que es impensable cualquier Soberanía que no sea la del Estado; Por lo tanto, promueven celosamente la encarnación de la idea de Soberanía, en su sentido más puro, en el Estado Supremo; y en consecuencia, no pueden conceder a otras esferas de la vida una libertad más generosa que la que permite o concede el Estado.
Llamé a estos pronunciamientos Credos sobre la Soberanía; convicciones de vida, no sistemas, porque el abismo que los separa no se encuentra en una disposición diferente del pensamiento, sino en un reconocimiento o negación de los hechos de la vida. Para nosotros, cuya vida procede de la Revelación, que el Mesías vive, que Cristo reina y que, como Soberano, está sentado en el trono del poder de Dios más realmente que vosotros. Por el contrario, el que no confiesa esto debe impugnarlo como un molesto autoengaño que se interpone en el camino del desarrollo del pueblo; un dogma fatal; una visión sin sentido. Se trata, pues, de confesiones diametralmente opuestas, que, en efecto, se han ocultado una y otra vez tras una serie de sistemas híbridos; mezclas de más de esto y menos de aquello o de aquello otro, o tal vez una cantidad igual de cada uno. Pero como credos principales, de los que esta palidez derivó su tinte básico, siempre irrumpieron con rabia en este juego sin principios durante los momentos críticos, y con la visera levantada estuvieron listos para resistir y ofrecer combate, como las únicas dos antítesis gigantescas que desgarran la vida en su raíz, y que por lo tanto merecen que uno arriesgue su vida mientras está perturbando la vida de otro.
La "Soberanía de la Esfera" defendiéndose de la "Soberanía del Estado", es el curso de la historia del mundo, antes de la proclamación de la Soberanía Mesiánica, Pues el Niño Real de Belén sí cubre esa "Soberanía Esférica" con Su escudo, pero Él no la creó. Existía desde siempre. Era una parte esencial del orden de la creación; en el plan de la vida humana; estaba allí antes de que la Soberanía Estatal llegara a existir. Pero después de que apareciera, la Soberanía del Estado sospechó que la Soberanía de las Esferas era su adversario permanente, y dentro de esas esferas el poder de resistencia se disipó por la violación de su propia regla de vida, es decir, por el pecado. Así, la historia antigua nos presenta en todos los pueblos el vergonzoso espectáculo de que, tras una lucha perseverante y a veces heroica, la libertad en la propia esfera perece, y el poder del Estado, convertido en cesarismo, se impone. Sócrates, bebiendo la copa de veneno; Bruto, clavando el puñal en el corazón del César; los galileos, cuya sangre Pilato mezcló con sus sacrificios; todos ellos son los paroxismos salvajes y heroicos de una vida orgánica libre, que finalmente colapsa bajo el puño de hierro de ese cesarismo. Cuando la edad de la antigüedad llega a su fin, ya no hay libertad; no hay naciones; no hay esferas. Todo se ha convertido en una sola esfera, un imperio mundial bajo un Estado soberano. Y sólo la embriaguez de una opulencia emasculadora sirvió a una humanidad hundida en la ignominia para alejar de su corazón la ofensa de esa ignominia.
Fue Jesús el Nazareno quien entonces, por un poder sobrehumano, el poder de la fe, volvió a crear dentro de los "todos de un mismo tipo" en el anillo de hierro una esfera libre y dentro de esa esfera una Soberanía libre. Dios en el corazón, uno con Dios, Él mismo Dios, resistió al César, derribó las puertas de hierro, y planteó la soberanía de la fe como la base sobre la que descansa toda la Soberanía de la Esfera. Ni el fariseo ni el discípulo lo entendieron, aparte de la salvación de los elegidos. Su "Acabado" incluía también una liberación del mundo, un mundo de libertades. Pero Jesús lo ha descubierto. De ahí el Basileus en su cruz. Apareció como Soberano. Contendió con el intruso "Príncipe de este mundo" por el poder gobernante sobre ese mundo, como su Soberano. Y sus seguidores apenas habían formado su propia esfera antes de chocar también con la soberanía del Estado. Sucumbieron. Su sangre fluyó. Pero el principio soberano de la fe de Jesús no puede ser lavado con su sangre. Deus Christus o Divus Augustus! será el Shibboleth que determinará el destino del mundo. Y Cristo triunfa, y el César cae y todas las naciones liberadas aparecen de nuevo con sus propios reyes, y dentro del dominio de esos reyes con sus propias esferas, y en esas esferas sus propias libertades. Ese fue el comienzo de esa vida gloriosa, coronada con el honor de los caballeros, y en un organismo cada vez más rico de gremios, órdenes y comunión libre exhibiendo toda la energía y toda la gloria que forman parte de la soberanía de las esferas.
Eso era más evidente en nuestra querida patria que en otros lugares. Parecía que la tierra, dividida en esferas de pólder, podía defender unida la Soberanía de Esfera contra la Soberanía de Estado. Felipe lo experimentó, cuando los cantantes de las canciones de Souter y los líderes de la predicación de los setos se enfrentaron a la Soberanía del Estado. También lo experimentaron en el siglo siguiente los Estuardo y los Borbones, cuando el inmortal héroe naval cuyo mauseleo vemos ante nosotros, nuestro gran De Ruyter, resistió en todos los mares al creciente monárquico de Carlos y Luis y lo rompió en todas las costas. "¡Soy, junto a Dios, el patrón de mi barco!" expresaba el inextinguible sentido de libertad que le inspiraba a él y a toda la falange de nuestros héroes navales, y en lenguaje marinero proclamaba en todos los mares el equipo legal "Soberano en mi propia esfera".
Pero, desgraciadamente, antes de que pasara un siglo, nuestra nación sufrió un declive; Holanda se hundió en el pecado; y el último baluarte fuerte de la libertad que quedaba en el continente europeo sucumbió con nuestra república. Así, la corriente del regalismo aumentó. Comenzó a pisar las tierras, a pisotear a los pueblos y a atormentar a las naciones, hasta que finalmente en la más inflamable de esas naciones se encendió el fuego de la venganza, se encendieron las pasiones y la Revolución principal tomó la cabeza coronada del Soberano y puso la corona sobre un pueblo soberano. Un acontecimiento terrible, nacido de la sed de libertad, pero también del odio al Mesías, y que sólo sirvió para aumentar el acoso a la libertad. Porque el Soberano de aquel día de votación, por medio de aquella urna, se puso involuntariamente bajo la tutela absoluta; primero de los jacobinos, luego del César napoleónico, y del atrayente ideal de Estado realizado apresuradamente en Francia; finalmente defendido como justo y "vernunftmässig" por el grupo de filósofos de Alemania.
Así, la libertad volvió a caer en desgracia, y una vez más una sola soberanía amenazó con tragarse todas las demás soberanías. ¿Qué salvó el día en ese momento? No, el espíritu restaurador del Congreso de Viena. No la idolatría monárquica de Von Haller y De Maistre. Ni la escuela histórica, que más bien sofocó todo principio superior por sus puntos de vista fisiológicos. Ni siquiera el sistema pseudoconstitucional con su "roi fainéant" y sus facciones tiranizadoras. Fue el Mesías, el Soberano sentado a la derecha de Dios, quien por medio del más maravilloso renacimiento que jamás haya despertado a esas naciones, volvió a enviar entre ellas un espíritu de gracia, de oración y de fe. Porque así volvió a existir una esfera propia en la que se adoraba a un Soberano que no era un poder terrenal. Una esfera que contaba con el alma; que practicaba la misericordia; que inspiraba a los estados "no como estadistas sino como confesores del Evangelio". No por la manipulación política, sino por la fuerza moral, nacía así en el alma la esperanza de las naciones; y así, también en nuestra patria, esa parte del pueblo que rinde homenaje al Mesías, la pars Christiana, se convertía en un partido nacional, no por designio, no para gobernar, sino para servir. No una facción, es decir, un grupo deliberado concebido; no una fracción, es decir, un trozo partido; sino un partido del pueblo, es decir, la porción del pueblo, según el in partes dilabi, "desprenderse en segmentos", de lo que constituye el todo. Todo ello para que, si es posible, mediante esta división temporal del todo, la gloriosa unidad del pueblo vuelva a inspirarse en la búsqueda de un ideal más elevado. Bilderdijk dibujó el contorno de esa esfera, cuando arrancó la Soberanía Popular con el hacha de su canción; Da Costa hizo sonar la nota clave con su himno al Mesías Soberano; y finalmente Groen van Prinsterer escribió el credo constitucional, con su elocuente fórmula "Soberanía de la Esfera". Y en virtud de este principio descendido de Dios ha habido, durante un periodo de treinta años, una lucha de rodillas, una búsqueda de los que se han alejado, y una evangelización con la "pasión des âmes". De acuerdo con este principio, ha surgido una institución tras otra como casa de misericordia, para adornar nuestra herencia. Por ese principio se ha vilipendiado a los hombres, se ha renunciado al descanso y se ha ofrecido oro sobre el altar. Se ha predicado celosamente al pueblo; se ha ofrecido la oración ante el trono; se ha defendido su causa en los tribunales. "¡Soberanía de la esfera, bajo la soberana supremacía de Jesús!". Esto es lo que unió a estaesfera de los hermanos, a pesar de otras cosas que podrían haberlos separado.De ahí un esfuerzo inquieto, que acorazó nuestras pocas fuerzas; un remar contra la corriente, que estimuló nuestro valor; una pressa uberior, que hizo retroceder sin falta a los compresores. Y así un crecimiento gradual de la espontaneidad por encima de nuestros compatriotas, cuya superioridad en muchos otros aspectos reconocemos humildemente.
De este modo, defendimos la indivisibilidad de la autoridad soberana. Para los Estados Generales como próximos y conjuntamente con, no en o bajo el gobierno. Así sostuvimos, no una teoría disuasoria, sino la soberana venganza de Dios, sobre aquel que se atrevió a derramar la sangre del hombre. Así se elevó nuestra protesta contra la inoculación obligatoria de nuestros niños. Así profetizamos sobre la liberación de la Iglesia. Y así, finalmente, nuestra lucha se concentró en la lucha sobre la escuela pública, cuando en ella se vieron amenazadas la soberanía de la conciencia, la soberanía de la esfera familiar, la soberanía de la esfera pedagógica y la soberanía de la esfera espiritual. Y porque un principio, sembrando la semilla de acuerdo con su clase, no puede descansar hasta que todos sus gérmenes estén brotando en una coherencia científicamente ordenada y un partido nacional que toma partido por tal principio no puede desistir hasta que haya cultivado el fruto de la ciencia desde la raíz de la fe, y porque tal ciencia abarcadora sólo puede cultivarse en una escuela con aspiraciones universitarias, -- tenía que venir; tenía que llegar con una coherencia lógica, urgida por una fuerza interior impulsora, a lo que hoy se ha convertido en una realidad, a saber, la botadura de este barco, ciertamente pequeño y poco navegable, pero que, fletado bajo la Soberanía del Rey Jesús, espera desplegar en todos los puertos del saber su bandera "Soberanía de la Esfera".