Soberanía de Esfera - Segunda Parte
Discurso público pronunciado en la inauguración de la Universidad Libre, el 20 de octubre de 1880 por el Dr. Abraham Kuyper
Una traducción al español de “Sphere Sovereignty” de George Kamps. Se publica en las siguientes partes: Primera, Segunda, Tercera.
II
La "Soberanía de la Esfera" también se presenta como el emblema de nuestros propósitos científicos. También lo veo desde el punto de vista práctico. Nada de sequedad escolástica abstracta, sino adhesión a los principios, profundidad de visión, claridad de juicio, en una palabra, poder intelectual santificado, como poder para resistir al poder superior que limitaría la libertad en y de nuestra vida humana.
No olvides que todo poder del Estado se inclina a mirar la libertad con recelo. Las esferas carias de la vida no pueden prescindir de la esfera del Estado, pues así como el espacio no puede limitar el espacio, en el sentido visible una esfera no puede limitar la otra, a menos que el Estado limite sus fronteras por ley. El Estado es la esfera de las esferas que encierra nuestra vida humana en un todo abarcador, por lo que (no en su propio beneficio sino en el de todas las esferas) busca fortalecer su brazo, y con ese brazo extendido se opone e intenta romper toda aspiración de esas esferas hacia la expansión. Incluso ahora, observa los signos de los tiempos. ¿No indicó Mommsen, en la vigorosa imagen del César que presentó, que el retorno a la línea imperialista trazada por aquel César sería la directriz de la sabiduría de los estadistas de nuestro siglo? ¿Presenta el canciller alemán una figura amante de la libertad? ¿Fue el hombre que sufrió una humillación tan inexpresablemente profunda en Sedán a manos de ese canciller? ¿Amante de la libertad o tirano, cuál es su impresión de la tribuna popular que ha sustituido al hombre de Sedan en la capital de Francia para influir en el pueblo?
Y tenía que ser así, tanto como medio de disciplina como de remedio para las naciones cobardes y castradas que hicieron posible este asalto a su libertad por la atrofia de su resistencia moral. El Estado resulta ser el poder supremo en la tierra. No hay poder terrenal por encima del Estado que pueda obligar al Soberano a administrar justicia. Por lo tanto, ya sea por un vil afán de poder o por una noble preocupación por el bien común, todo Estado acabará apretando la banda de hierro alrededor de las duelas tanto como la elasticidad de éstas lo permita. En el análisis final, por lo tanto, depende de las propias esferas de la vida si florecerán en un aire de libertad o gemirán bajo el yugo del Estado. Si poseen resistencia moral no pueden ser empujados; no permitirán que se les ponga una camisa de fuerza; pero el servilismo pierde incluso el derecho a quejarse cuando se le pone un candado. Pero aquí está el punto delicado; la amenaza a la libertad por el pecado dentro de la esfera es tan fuerte como la amenaza por el poder del Estado en sus límites. Cuando un hombre quiere poner la banda de hierro alrededor de las duelas, enciende un fuego dentro del círculo de duelas, y el fuego interior hace que las duelas se encojan más que los golpes de martillo desde fuera. Así sucede con nuestras libertades. Dentro de cada esfera de la vida, una llama de pasión está ardiendo y humeando; las chispas del pecado saltan, y ese fuego impío mina la vitalidad moral, debilita la resistencia en cada esfera, y finalmente hace que las duelas más resistentes se encojan. Por lo tanto, en todo asalto exitoso a la libertad, el Estado no puede ser más que un cómplice; el principal culpable es el ciudadano, olvidado de su deber, desprovisto del poder de iniciativa personal, porque su vigor moral se debilitó en una vida de pecado y placeres sensuales. En un pueblo sano en su núcleo nacional, y que vive una vida en sus diversas esferas, ningún Estado puede arrancar la justicia sin experimentar la fuerte oposición moral del pueblo, bajo Dios. Sólo cuando la disciplina se fue, la opulencia entró y el pecado se volvió descarado, la teoría pudo doblegar lo que estaba debilitado, y Napoleón pudo aplastar lo que estaba enmohecido. Y si Dios no hubiera derramado vigor en esas esferas vitales sin vida, una y otra vez, también por medio de la depresión, para cambiar los átomos en dínamos (como dice una nueva filosofía),la última esfera se habría derrumbado hace tiempo, y los únicos restos de libertad serían el "sic transit" en su tumba.
Entre los medios de defensa que Dios concedió a los pueblos más iluminados para mantener sus libertades encontramos también la ciencia o el aprendizaje. Entre los intérpretes del Espíritu Santo, el hombre de Tarso destacó por su formación científica, y Lutero extrajo su libertad de la Reforma no del meditativo Juan, ni del práctico Santiago, sino del tesoro paulino. Me doy cuenta de que el aprendizaje también podría traicionar la libertad, y de hecho lo hizo más de una vez, pero eso fue a pesar de, y no en virtud de, su misión sagrada. Tomada en su forma real, Dios la envió como un ángel de luz. Porque ¿no es la falta de conciencia clara lo que priva al lunático, al idiota y al borracho de su aspecto humano? Y llegar a una conciencia clara, no sólo de uno mismo, sino también de lo que existe fuera de uno mismo, ¿no es eso la esencia de la ciencia? ¿La reflexión de Dios sobre sus pensamientos para, sobre y en nosotros? La conciencia de la vida no sólo de un individuo, sino de la humanidad de todas las épocas. Ser capaz de contemplar lo que es, y así resumir en nuestro entendimiento lo que se refleja en nuestra conciencia, es la graciosa disposición de Dios para nuestra existencia humana. Poseer la sabiduría es un rasgo adivino de nuestro ser. En efecto, el poder de la sabiduría y de la ciencia se extiende hasta el punto de que el curso de las cosas no suele ser conforme a la realidad, sino a cómo el hombre imagina esa realidad. ¿Quién diría que las ideas no son importantes? Esas ideas conforman la opinión pública; esas opiniones forman el sentido de la justicia; y según ese sentido se descongela o congela la corriente de la vida espiritual. En consecuencia, quien espera que sus principios ejerzan una influencia no puede seguir flotando en una atmósfera de sentimiento; no avanza con la fantasía; de hecho, sólo llega a la mitad del camino con su confesión; y sólo obtiene un control sobre el público si alcanzó el poder también en el mundo del pensamiento, y si fue capaz de transferir su impulso interior, el "Deus in nobis", de lo que siente a lo que sabe.
Siempre y cuando, y a eso me aferro tenazmente, esta ciencia siga siendo "soberana en su ámbito" y no degenere bajo la tutela del Estado o de la Iglesia.
También la ciencia crea su propia esfera vital, en la que la Verdad es Soberana, y bajo ninguna circunstancia puede tolerarse la violación de su ley vital. Hacerlo no sólo deshonraría a la ciencia, sino que sería un pecado ante Dios. Nuestra conciencia es como un espejo dentro de nosotros, en el que se reflejan imágenes de tres mundos: el mundo que nos rodea, el mundo de nuestro propio ser y el mundo invisible de los espíritus. La razón exige que 1) que se permita a cada uno de estos mundos reflejar esas imágenes según su propia naturaleza, es decir, la observación y la percepción; 2) captar los reflejos con una mirada clara, es decir, ver esas imágenes hasta comprenderlas; 3) hacer un resumen armonioso de lo que nuestra mirada ha captado, es decir, comprender lo que hemos visto en su coherencia, como algo necesario y bello. No hay, pues, contemplación, sino reflexión en nosotros. Ciencia que produce sabiduría. De la vida para la vida, que termina en la adoración del único Dios sabio.
Spinoza comprendió la soberanía de la ciencia en su propia esfera, y por ello nuestra admiración por el carácter de Spinoza es tan grande como nuestra desaprobación del insípido Erasmo, medida con criterios morales. En el caso de Spinoza, tanto el órgano como la percepción eran defectuosos, por lo que su conclusión era necesariamente falsa. Pero el hecho de que, viendo lo que veía y como lo veía, se negara firmemente a prestar su nombre a la aviolación de la soberanía de la ciencia en su propia esfera, eso no es censurable para un verdadero reformado, sino que lo considera muy superior a la inestabilidad vacilante que tentó a muchos, que sabían lo que Spinoza nunca supo, a aceptar un compromiso sin principios. Por lo tanto, debemos insistir en que la Iglesia de Jesucristo nunca puede forzar su supremacía sobre la ciencia. A riesgo de sufrir a manos de la ciencia, la Iglesia debe instar a que la ciencia no se convierta nunca en una esclava, sino que mantenga la Soberanía que le corresponde en su propia esfera, y viva por la gracia de Dios. Existe, en efecto, el peligro satánico de que algunos degeneren en demonios de orgullo y tienten a la ciencia a arrogarse lo que está fuera de su esfera. Sin embargo, no se puede escalar un alto campanario sin correr el peligro de una grave caída, y además, lo que afirmamos sobre la tiranía del Estado puede aplicarse también a la tiranía de la ciencia; ésta no puede surgir a menos que la iglesia decaiga espiritualmente; y además, cuando haya un despertar espiritual en la iglesia, ésta instará a la ciencia, que la castigó en nombre de Dios, a volver a sus propios y precisos confines.
No del todo, pero aproximadamente lo mismo puede decirse del Estado. No del todo, porque también en la esfera de la ciencia, cuando ésta asume la forma de un organismo visible en las escuelas, el Estado sigue siendo el maestro planificador absoluto al que se le ha dado el poder de definir su legítima esfera. Pero incluso ese poder del Estado, antes de cruzar la frontera hacia la esfera de la ciencia, se desprenderá con deferencia del cordón de sus zapatos, y dejará de lado una soberanía que no sería apropiada en ese terreno. La ciencia como sirviente del Estado, tal como los gibelinos se enfrentaron a los güelfos; la burocracia de Francia abusó en su intento de dominar al pueblo; y la reacción de Gelman trató de crear para sí misma por la vergüenza de Göttingen; este es el autodesprecio prostituido que pierde toda pretensión válida de influencia moral. Pero aunque, como en nuestros círculos de gobierno, el Estado esté animado por una naturaleza más noble, y aunque la ciencia, como en nuestro país, sea demasiado orgullosa para rebajarse, sin embargo, esa ciencia sólo prosperará y florecerá si, también en la vida de la Universidad, vuelve a basarse en su propia raíz, y creciendo en una vida propia superará la tutela del Estado. Así, las escuelas de los profetas en Israel y las escuelas de los Chokmali en Jerusalén se mantuvieron independientes en el centro de la nación. Así, independientes, se situaron las escuelas de los antiguos filósofos griegos y sus imitadores en Roma. Así, independientes, aparecieron las escuelas de los primeros eruditos cristianos en un momento dado. E igualmente independientes fueron las antiguas universidades de Bolonia y París. No como la conformación de un cuadro del Estado en el que derramar conocimiento, sino un conocimiento que se manifestaba en la vida, y creaba su propia imagen en esa vida. Fue esa imagen independiente la que permitió a la Universidad ser activa en la liberación de la Reforma, y no fue hasta el final del siglo anterior que este marco independiente se convirtió en una "rama del Estado", cuando la Universidad de nuevo cuño se permitió a sí misma ser un órgano del Estado.
Esto se produjo, no por la arbitrariedad personal, sino por la presión de los acontecimientos; por la enervación de las naciones; y rozaría lo absurdo exigir que el Estado renunciara ahora repentinamente a su dominio sobre el mundo universitario. En la actualidad, las masas manifiestan muy poco deseo de ciencia; hay muy poca generosidad por parte de los ricos; y muy poca energía en el círculo de graduados para hacer tal intento. Por el momento el Estado debe continuar su apoyo, siempre y cuando, e insistimos, siempre y cuando haya un esfuerzo en la dirección de la liberación, y la ciencia vuelva a agarrar la "soberanía de la esfera" como su ideal.
¿Es poco científico, por tanto, que nuestra Escuela se atreva a dar su primer paso tímido en esa mejor dirección? En la universidad estatal la balanza de la equidad está lastrada por tantas cargas. No nos cansaremos de repetir que el dinero crea poder para el que da y sobre el que recibe. De ahí que las artes (excepto la música) nunca puedan elevar la libertad del pueblo de forma permanente por su necesidad de oro. ¿Quién puede medir la influencia que, gracias a esos fondos del Estado, se ha ejercido sobre el destino de nuestra nación y el curso de la ciencia por un solo nombramiento como el de Thorbecke, Scholten u Opzoomer? ¿Dónde está el criterio espiritual que puede guiar al Estado al hacer su elección influyente para las ciencias más altas y más críticas? Por otra parte, obligar al judío y al católico romano a contribuir al sostenimiento de una facultad de teología, que en realidad es y debe ser protestante, no parece ajustarse al sentido de la justicia. Y si la ley del país, como hemos oído antes, incluye nuestra institución libre y sin cargas en la esfera de la justicia, ¿no hay entonces una gloriosa profecía para la ciencia y la vida en una Universidad sostenida por el pueblo?
En efecto, se trata de un grupo que hace menos de treinta años recibió el calificativo de oscurantista y que ahora agota sus fuerzas en aras de la causa del saber. Los menos estimados del segmento "no pensante" de la nación, que vienen hilvanando desde el arado y la tienda para reunir fondos para una Universidad. En otros lugares hay, un afán de progreso que viene de arriba; la ciencia debe ser llevada al pueblo. Pero, ¿no es esto algo superior, un grupo de personas que está dispuesto a restringir sus placeres para que la ciencia florezca? ¿Existe una solución más práctica al problema de combinar ciencia y vida? ¿No es esencial que los científicos que subsisten con los fondos suministrados por el pueblo crezcan junto con el pueblo, y muestren una aversión a todas las abstracciones? Y además, ¿no es la donación en sí misma un poder; no es la capacidad de desprenderse del dinero un bien moral; que entonces valorará con razón el capital moral que se acumulará en nuestro pueblo a través de esta costosaInstitución? Se han formulado quejas sobre la falta de carácter, pero ¿qué puede ser más útil para formar el carácter que esa libre iniciativa por parte de los ciudadanos vigilantes? Y si en otros lugares la rueda de la Universidad debe girar por el poder de atracción de los receptores y la disposición de los pagadores, no nos sentiremos envidiosos; porque si, en nuestro caso, es la lucha por la vida, es precisamente en esa lucha donde se genera el poder de la devoción gloriosa. En el dinero que se nos confía hay un valor distinto y mayor que el valor intrínseco del metal; la oración, y el amor, y el sudor se adhieren al oro que entra en nuestras arcas.